CARLOS GARRIDO CHALÉN " LA CASA DEL MAMUT"

 


LA CASA DEL MAMUT


Cuando el Mamut cuidaba
el Hogar de la Humanidad, 
dando vueltas al cabrestante
para levar las anclas
de su espíritu, 
el agua
asignada por Dios
para el sostén
de todo lo existente, 
tenía la voz de un  niño 
que se sabe amado
y el fervor de un sabio
que ha transcurrido la vida
creando pactos de esperanza. 

Por eso su Casa, 
su hospicio
en el que predominaban 
sus cuernos inmortales, 
era el recinto venerable
del agua y la nubada, 
de los luceros que alumbraban
incondicionalmente 
la techumbre. 

Todos los elementos le hablaban
al aire de la tundra
y el cuesco mismo
le susurraba cómo debía actuar
al oscurecer y en lontananza. 

Nada desalentaba 
a la Eternidad
ni le ponía objeciones 
al viento 
que caido de la proa a sotavento 
acariciaba el tormentín.

A la Casa del Mamut 
llegava Dios 
para conversar 
con las guirnaldas 
y el mismo Cielo alentaba 
a las caléndulas
y le daba de ve en cuando a todo
vuelta de campana. 

Pero ambién en la vuelta encontrada 
de su instinto 
gemía como un violín el Ártico que aullaba.

Distinto era el tejeymaneje y la osadía 
del aire 
que acariciaba la panza 
de los cerros, el ventre lleno de escarcha 
de sus avenidas
y también dferente
la correntía del arroyo 
que en la angostura no sabía qué hacer 
cuando la montaña con su alud
gemía. 

El Castillo del Mamut 
era el Ministerio del abrazo 
y de la alcurnia
(el propio mastodonte 
tenía en las laderas 
de su confín
el linaje del rayo.
No de la malandanza) 

Animales, 
plantas y microorganismos
instituyeron con un pacto natural
salido del aliento poderoso
de la Tierra, que la Casa de la Humanidad 
tenía que resp. 

TRe cuartas partes 
fueron bordadas por Dios
en el 7% del Planeta, 
con filamentos de agua 
- desde el cabo grueso
que se da en ayuda a los obenques - 
como el soporte más importante 
para el desarrollo de la vida. 
(Para entalingar anclas 
o rezones
y hacer firme 
el cabo a una percha).

El agua que llegaba al mar, 
encapillado se recipitaba 
sobre la maraña 
para enamorar a las gaviotas 
y en el matorral de los pregones 
- desde la línea de flotación 
hasta los bordes - 
abortaba, sin presumir, 
la malquerencia.

En el tiempo del Mamut, 
aún el egoismo
del depredador 
no había tapiado 
el corazón de la montaña:
cazadores y nómades acampaban 
cerca de fuentes naturales 
de agua fresca
y la contaminación no pegonaba su osadía. 

En el reflector del radar
del Mamut 
no había lengua de tierra
que internada en el mar 
confesara sus emores 
al quebranto. 

En el quechemarín de dos palos
con velas al tercio
no naufragaban
las quijadas
y la pulgada era aún 
una unidad de lngitud 
sin equivalencia. 

Más allá 
de la cernida ardiente 
estaba el Mamut en novilunio, 
con su compás de mano 
en el nadir y el cenit
para marcarle el horizonte 
a los piratas. 

Por eso 
en la polea de todos los herrajes 
cantaban con vocinglería 
las roldanas
y varaban en barro o en arena 
a velocidad crítica 
los nudos de pescador 
y las estampas.

Cuando borneaba el viento 
que se ponía más a popa 
el fornido anmal cortaba el agua 
con su trompa
y en el poniente, cerca de las dársenas, 
se escuchaba el tremolar 
de las guitarras. 

Cuando las aldeas agrícolas 
se transformaron 
- y ya había necesidad  
de izar las velas 
hasta poner tirantes 
las relingas de caída - 
el barco del Mamut 
que navegaba por estima 
entró en pánico 
y un dolor irreversible 
en el corazón del tiempo 
pululó en las fontanas. 
En el mosquetón usado para navegar 
el foque y la muleta, 
navegó la extrañeza 
y aqunque siempre fue el centinela 
de esa fortaleza, 
algo empezó a cambiar 
en la Casa del carpintero, 
-en el repunte de la marea 
reventaron las cornisas - 
y en el fragor de la ría 
flamearon las banderas 
más crepusculares. 

Como si una guerra 
en la resaca 
de todos los turbiones 
se hubiera declarado; 
y en la maroma, se mareó de desazón 
el cáñamo en la borrasca 
y amarinó de olas tormentosas 
su progenie. 

Sobre el tajamar y el marchapié 
se izaron verticales los mástiles 
del absurdo
y desató en las portaviandas la ignominia. 

La manga máxima del Mamut 
crujió como meridiano magnético 
en la anchura 
y en los escaparates se desbandó
la huida.

EL HOGAR DE LA OPORTUNIDAD Y DE LA VIDA
 (DEL POEMARIO "LA CASA DEL MAMUT",DE CARLOS GARRIDO CHALÉN)

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